
(Diciembre de 2005)
Nos conocimos hace ya exactamente 37 años. Tenía yo 10 y era lo que él hoy llamaría, un “loco bajito”. Revoloteaba alrededor de mi padre y del televisor RCA blanco y negro a válvula, cuando mi progenitor, procurando callarme y escuchar con calma la música que provenía del aparato, me dijo: “Quédate quieto y escúchalo. Un día va a gustarte mucho”. No se equivocaba. Apareció en “Sábados Circulares de Mancera”, un programa “ómnibus” como llamábamos entonces al formato de los “productos” (como se dice ahora) televisivos que duraban toda la tarde de un sábado o domingo. Tenía muy poco más de veinte años, el pelo corto, y un solo “LP” –como también decíamos entonces- en cuya carátula aparecía afuera su rostro casi infantil y adentro temas hermosos como “Tu nombre me sabe a hierba”.
Pasaron pocos años, y ya muertos mi padre y la democracia uruguaya, nos conocimos en el Teatro Solís de Montevideo. Entiéndase el verbo conocer, con un dejo de libertad literaria, claro está. Mis hermanas y madre que me acompañaban recuerdan al día de hoy como debimos huir antes de que terminara el recital, concierto o show, como prefiráis llamarlo, debido a una colitis aguda que me aquejó y que dejó a la familia toda, o la que no había para entonces muerto o emigrado, con un dejo de amargura por la entrada no del todo aprovechada.
Y el tiempo siguió pasando, y fueron muchos discos que por arte de magia o portento de la tecnología habrían de transformarse en casetes y estos en “CDs”. Cambiaba el formato pero no la sustancia ni la relación entre ambos.
Ayer, con casi cuarenta años más cada uno, que se nos notan a ambos en el pelo faltante, la voz que ya no llega al final de “Señora” (y un sueño en la pieeeeeel, señoooora ) y tantas otras cosas más. Pero la magia sigue intacta. Porque somos él yo y la mayoría de ustedes, pertenecientes a una generación que pasó por un tsunami –aunque entonces no conocíamos el nuevo vocablo-, una ola parda e infernal a la que siguieron tormentas menores, unas colectivas, otras individuales, propias y de cada uno. Olas que se llevaron a tantos que nos parecen, a los que quedamos, que eran los mejores de nosotros.
Ahora, ya secos, con el alma llena de media suelas –una imagen suya- y con el mar retirado miramos en la playa lo que queda. Y recibimos a una nueva generación que nació después de todo. Y nos damos cuenta que nos es difícil contarles como era el mundo nuestro antes de la hecatombe. La dificultad no proviene de que nos falten recursos expresivos para describir cosas o lugares sino que no encontramos los versos y sustantivos, las imágenes y prosopopeyas que permitan decirles cómo era la solidaridad. Como era ser joven en un mundo en el que los jóvenes no tenían por objetivo primario ser millonarios o drogarse o imitar a un tarado de la televisión. Y entonces recurrimos a sus canciones que lo dicen todo, cuentan como eran Las Pequeñas Cosas, y como era ese tarambana del Tío Alberto, cuánto nos alegraban los piratas y qué huellas traza en el alma el primer amor, al aire salado del Mediterraneo y el dolor de emigrar del Pueblo Blanco de cada uno de nosotros.
Porque sos el hombre que nuestras mujeres siempre amaron a escondidas mientras nos amaban, Nano. Porque sos el hombre que todos hubiéramos querido ser. Porque al menos acá en Buenos Aires te consideramos tan nuestro como si hubieras nacido al lado de la panadería del barrio, tan porteño te percibimos que hasta resulta raro tu acento peninsular. Porque sos uno de los pocos mojones que hemos encontrado para agarrarnos de algo en esa playa arrasada por las olas. Porque sos claramente uno de los pocos que califica para el final de la famosa frase de Brecht “pocos luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”. Porque sos el único que me hace llorar cantando, -cantando vos, llorando yo- pese a que va de mal con mi el look castrense, serio y viril que me gusta vender.
Porque solo un genio, un poeta o un pirata podían haber escrito “Lucía” y entender que todo recital tiene que terminar con ese tema. Porque como vos, me da bronca lo que le han hecho a la tierra y siento “Padre” igualito que lo cantás vos. Porque hemos replegado banderas, pero no las hemos arriado y aunque ya no salgan a la calle, están en nuestros placares del alma. Porque ambos seguimos creyendo en utopías por muy demodé que esto le parezca a muchos. Porque nuestra relación solo terminará el día que uno de los dos se muera. Y espero sinceramente yo ser el primero, ya que me sería difícil imaginar un mundo sin vos, Nano. Por eso, como decimos aquí, “no te mueras nunca”. Pero nunca, nunca.
1 comentario:
Voy a entregarte mi breve pero sentido comentario. Lei dos notas, pero guarde tu pagina entre mis FAVORITOS.
Una, la dedicaste a Piazzolla, Agri y las Tristezas de un doble A. La otra, al Nano, al imprescindible Serrat.
Ambas notas me conmovieron. Son cortitas pero sentidas, como yo tambien las hubiese hecho. Porque esos dos fenomenos, el que nos dejo un lagrimon que se nos metio en el alma rioplatense, y que se fue sin haber terminado de hacer toda su "tarea", y el otro, el entrañable catalan, que sigue trasmitiendonos emociones y no debe irse asi no mas, sin dar todo lo que tiene adentro... ¡Que se yo! Se me ocurren estas cosas con la madrugada encima, con unos cuantos vidrios cargados de buen caldo "tinto" y con un dedo impertinente a punto de ordenar "shut down"...
Un abrazo, hermano. Buena tu pagina. La voy a seguir.
Nachoeska.
nachoeska@gmail.com
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