Los Cronopios nunca mueren

Un texto de Cortázar titulado: “Burla burlando, ya van seis delante”, dice así: Más allá de los cincuenta años empezamos a morirnos poco a poco en otras muertes. Los grandes magos, los chamanes de la juventud, parten sucesivamente. Llega el día -cada cual tendrá sus sombras queridas, sus grandes intercesores- en que el primero de ellos invade horriblemente los diarios y la radio. Tal vez tardaremos en darnos cuenta de que también nuestra muerte ha empezado ese día. Aquellos creadores cuyos nombres siguen enseguida, son mis sombras queridas, mis grandes intercesores. No son necesariamente los más grandes de una determinada época. Son aquellos que, cuando leí la noticia de su muerte en los diarios, me sentí, como Cortázar, un poco menos vivo.

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Augusto Roa Bastos: Él, el escritor


Lo conocí en un restaurante de Asunción del Paraguay, hace unos diez o tantos años, en una época en que por trabajo solía viajar a la capital paraguaya.
Yo estaba leyendo un libro suyo, que acababa de comprar en una librería de la misma cuadra ("Hijo de hombre"). Nadie lo saludó al entrar, no sé si porque los demás comensales no lo reconocieron o porque eran gente elegante, no cholula, de los que no alteran su conversación ni su mirada ante la entrada de un famoso.
Ambos estábamos solos, así que, con el plato en una mano y el libro en la otra, con la carátula bien visible y mi acento claramente extranjero me acerqué a decirle: "¿Le molesta si comemos juntos?". Siguió una larga conversación en la que hablamos de pasiones comunes: Francia y Buenos Aires, lugares en los que ambos hemos vivido, y de literatura, lugar en el que ambos viviremos por siempre. Yo temía que los cuarenta años y el talento que nos separan, generaran huecos en la conversación, pausas o silencios que huelen a horror. Miradas al reloj que denotan incomodidad. Pero nada de eso ocurrió, no hubo que hablar de Chilavert -un tema obligado entre argentinos y paraguayos en esos días- ni de la antipatía que muchos paraguayos y argentinos sienten unos por otros, ni de dilucidar si son más bonitas las asunceñas o las porteñas como solemos hacer los hombres cuando no sabemos de qué hablar.
Nunca había estado tanto tiempo cerca de un prócer tan enorme de la literatura. He apretado la mano de Saramago y de Bioy, he charlado minutos con Benedetti, Tomas Eloy, Juan Forn, Mempo Giardinelli y y algún otro. Pero nunca platicado de igual a igual con alguien de su tamaño por tanto tiempo.
Por eso ayer, pese a que sabía de su accidente doméstico y de su infarto, cuando la pantalla del noticiero puso frente a mis ojos lo inevitable, me cayó como un mazaso, como aquel día que murió Julio o cuando se fueron Vinicius u Onetti. Y cada vez que se va un grande, vuelve a la memoria aquel cuento de Cortazar (“Burla burlando, ya van seis delante”), que dice:
Más allá de los cincuenta años empezamos a morirnos poco a poco en otras muertes. Los grandes magos, los chamanes de la juventud, parten sucesivamente. Llega el día -cada cual tendrá sus sombras queridas, sus grandes intercesores- en que el primero de ellos invade horriblemente los diarios y la radio. Tal vez tardaremos en darnos cuenta de que también nuestra muerte ha empezado ese día.
"Yo el supremo" es, junto con "Cien años..”., "Conversación en la catedral", "El siglo de las luces" y "Los pasos perdidos", un must de nuestra literatura de los 60s y 70s (Cada uno hará su propia antología, la mía sí o sí tenía que incluir dos Carpentier para marcar que está un escalón arriba de todos los demás)
Vivió en Toulouse y Buenos Aires, lo que lo hace de alguna manera un eslabón entre algunos y algunas de ustedes y yo. Fue limpiador de un hotel alojamiento, obligado, como tantos compatriotas suyos, a tomar en Buenos Aires los trabajos que los locales no quieren hacer. Fue un luchador, fue el mejor escritor paraguayo de todos los tiempos, fue un quijote (donó la totalidad del dinero que España le dio de premio cuando ganó el Cervantes)
Cuando se va un escritor, yo suelo repetir lo que dijo Mempo Giardinelli el día del fallecimiento de Cortazar: "No lo lloren, léanlo. A un escritor se lo recuerda y homenajea, leyéndolo, o mejor aún, releyéndolo"
De apellido Roa Bastos, de nombre Augusto, ayer entró en la inmortalidad.

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