Los Cronopios nunca mueren

Un texto de Cortázar titulado: “Burla burlando, ya van seis delante”, dice así: Más allá de los cincuenta años empezamos a morirnos poco a poco en otras muertes. Los grandes magos, los chamanes de la juventud, parten sucesivamente. Llega el día -cada cual tendrá sus sombras queridas, sus grandes intercesores- en que el primero de ellos invade horriblemente los diarios y la radio. Tal vez tardaremos en darnos cuenta de que también nuestra muerte ha empezado ese día. Aquellos creadores cuyos nombres siguen enseguida, son mis sombras queridas, mis grandes intercesores. No son necesariamente los más grandes de una determinada época. Son aquellos que, cuando leí la noticia de su muerte en los diarios, me sentí, como Cortázar, un poco menos vivo.

  • Horacio Ferrer
  • Augusto Roa Bastos
  • Rafael Alberti
  • Adolfo Bioy Casares
  • Antonio Agri
  • Akira Kurosawa
  • Narciso Yepes
  • Pablo Picasso
  • Marc Chagall
  • Vinicius de Moraes
  • Alfredo Zitarrosa
  • Juan Carlos Onetti
  • Jorge Luis Borges
  • Julio Cortazar
  • Andrés Segovia
  • Osvaldo Pugliese
  • Pablo Neruda
  • Astor Piazzolla

On readers (Sobre la condición de ser lector)


Lector se nace. De niño yo devoraba todo material impreso, incluso los anuncios.
José Saramago

La frase pasó desapercibida para casi todo el mundo. No habla del SARS ni de Irak. Ni siquiera es una frase bonita, no contiene buenas imágenes ni metáforas ni prosopopeyas. Es apenas descriptiva.
Pero para quienes padecemos de la misma enfermedad que Saramago, una revelación. Uno se ve a sí mismo en su infancia. Leyendo los diarios "de los grandes", los libros de la biblioteca del padre de uno, haciéndose habitué de la biblioteca municipal antes siquiera de alcanzar su mostrador. Y se ve ya de más grande, maldiciendo haber olvidado el libro que se está leyendo al llegar a una oficina pública donde hay que hacer media hora de cola. Y leyendo las estúpidas revistas de moda -a falta de otra cosa- en la sala de espera del dentista. Y no hace tantos años, haciendo malabarismos para conseguir un ejemplar del diario en pueblos indios del interior de Guatemala a los que sólo llegaban tres ejemplares, uno para el párroco, otro para el farmacéutico y un tercero para el gerente del Banco de Guatemala.
Lectores eran o son, Neruda ("cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo"), Rodrigo Fresan ("Cuando se ha leído mucho, y se ha leído bien, escribir es una consecuencia inevitable"), Harold Bloom, Vargas Llosa y sobre todo, Jorge Luis Borges. No sólo por su genial frase: "Que otros se vanaglorien de lo que han escrito, yo me enorgullezco de lo que he leído" sino por sus ensayos sobre otros escritores, toda una enciclopedia de cómo leer.
Lector llaman también en Francia a los asistentes o ayudantes de las cátedras de lengua. Y nadie debe sentirse avergonzado por ostentar ese cargo, pues lector en esta acepción fue entre muchos otros, nada menos que Antonio Machado.
¿Somos mejores los lectores que las demás personas? Es claro que no. Sufrimos una adicción como otros sufren las suyas. Se nos supone más cultos. Otro craso error. Y... ¿Qué es cultura? Sin recurrir al diccionario de la RAE, pues no tendría gracia, digamos que tiene el término tres acepciones. Una antropológica, significando más o menos: "conjunto de creencias y maneras de hacer las cosas de un pueblo". Es la cultura a la que nos referimos cuando hablamos de las tribus aborígenes del Amazonas o Australia. En una segunda acepción, definimos cultura como el haber leído -y entendido razonablemente- la base de los autores de Occidente, conocer los grandes lineamientos de la historia, los movimientos culturales en las distintas disciplinas artísticas, estar razonablemente informado de los avances científicos pasados y actuales.
Pero hay una tercera que alguien puso alguna vez encima de la mesa y que es mi preferida. Cultura, en esta acepción, es la capacidad de expresarse correctamente verbalmente y por escrito. Correctamente quiere decir con precisión, gracia, elegancia, estilo y belleza y de modo adecuado para el interlocutor con quien se está departiendo. Y esa capacidad de expresarse comme il faut, no la da otra cosa que la lectura. Y en opinión de Saramago y mía, no hay mucha chance de catch up, de recuperar terreno no leído, en la madurez. Quien no leyó de niño y adolescente, no será nunca lector. Eso pensamos nosotros, claro. En palabras de Pérez Reverte: (la literatura de fantasía, de adolescencia) "... nos devuelve a nosotros mismos tal como éramos; con nuestra inocencia original. Después uno madura, se hace flaubertiano o stendhaliano, se pronuncia por Faulkner, Lampedusa, García Márquez, Durrell o Kafka... Nos volvemos distintos unos de otros; incluso adversarios. Mas todos tenemos un guiño de complicidad al referirnos a ciertos autores y libros mágicos que nos hicieron descubrir la literatura sin atarnos a dogmas ni enseñarnos lecciones equivocadas. Esa es nuestra auténtica patria común: relatos fieles no a los que los hombres ven, a lo que los hombres sueñan".
Como dije, los lectores no somos mejores que nadie. En realidad, solemos ser antisociales, solitarios. Es que enfrentados a muchos otros seres humanos solemos pensar para nuestros adentros "que estoy haciendo perdiendo el tiempo con este nabo, mejor estaría en casa leyendo". Salvo, claro, que el interlocutor sea un lector de raza.
La lectofilia es parienta cercana de la bibliofilia, como la neumonía de la pulmonía, digamos. Pero hay diferencias: el lector muere por leer más que por poseer el material leído, al punto de que goza cediéndolo luego de terminarlo para que otros también lo lean. El bibliófilo da la vida por tener en su biblioteca aquella edición encuadernada en piel de chancho del Quijote de Avellaneda editado en Canarias en la segunda mitad del XVIII. Bibliófilos eran Morgan, que forjó la mayor biblioteca privada de la historia y bibliófilo era también Jean de France, duque de Berry, a quien debemos algunos de los más hermosos libros de horas medievales. Bibliófilo por fin era sin duda el sodero -hombre que se gana la vida vendiendo agua mineral con gas en cajones, desde un camión- que conocí en el sótano de una librería de viejo de Buenos Aires, comprando la segunda edición de un libro carísimo y raro, del que ya tenía la primera y la tercera.
Es claro que los conjuntos tienen intersección, o sea, que hay sufridas almas que padecen al mismo tiempo de ambas enfermedades.
Hoy vemos entronizarse, avanzar sobre posiciones decisorias, a una generación treintañera que forjó su capacidad de expresión más con la televisión que con las bibliotecas. Así, asumen el comando de empresas, ministerios o fundaciones, hombres y mujeres que no consiguen poner dos líneas sin hacer temblar los huesos del Manco, o escribir un texto sin que queden dudas sobre lo que realmente querían expresar. Y al leerlos o escucharlos, nuestros oídos y ojos de lectores, sufren como deben sufrir los oídos de un melómano en un aeropuerto.

No hay comentarios: