Los Cronopios nunca mueren

Un texto de Cortázar titulado: “Burla burlando, ya van seis delante”, dice así: Más allá de los cincuenta años empezamos a morirnos poco a poco en otras muertes. Los grandes magos, los chamanes de la juventud, parten sucesivamente. Llega el día -cada cual tendrá sus sombras queridas, sus grandes intercesores- en que el primero de ellos invade horriblemente los diarios y la radio. Tal vez tardaremos en darnos cuenta de que también nuestra muerte ha empezado ese día. Aquellos creadores cuyos nombres siguen enseguida, son mis sombras queridas, mis grandes intercesores. No son necesariamente los más grandes de una determinada época. Son aquellos que, cuando leí la noticia de su muerte en los diarios, me sentí, como Cortázar, un poco menos vivo.

  • Horacio Ferrer
  • Augusto Roa Bastos
  • Rafael Alberti
  • Adolfo Bioy Casares
  • Antonio Agri
  • Akira Kurosawa
  • Narciso Yepes
  • Pablo Picasso
  • Marc Chagall
  • Vinicius de Moraes
  • Alfredo Zitarrosa
  • Juan Carlos Onetti
  • Jorge Luis Borges
  • Julio Cortazar
  • Andrés Segovia
  • Osvaldo Pugliese
  • Pablo Neruda
  • Astor Piazzolla

Tristezas de un doble A


Tristezas de un doble A es el nombre de un tema con el cual Astor Piazzolla homenajea a la marca de bandoneones alemanes Alfred Arnold. Esta marca de bandoneones fue siempre considerada el Stradivarius de los fueyes, es claro que el de Astor era uno de ellos. Cada vez que un doble AA se pierde, es destruido o se desvanece en el tiempo, la música da un paso atrás en su evolución, ya que son irreemplazables.
Tuve hoy otra tristeza de un doble AA. Me enteré, no por los diarios sino por intermedio de un correo electrónico de Eduardo, que falleció Antonio Agri, ex mago del violín, ex integrante del Quinteto de Piazzolla. Algunos de ustedes -creo que pocos- lo escucharon tocar en vida. Yo tuve la suerte de tener ese privilegio varias veces. Recuerdo algunas de ellas: una en un hotel de la calle Callao, como se refieren los periodistas argentinos al Bauen cuando no quieren hacerle propaganda, con Eduardo y María Alicia. Un lugar chiquito, no muchas mesas, un placer. Otra vez en el mismo lugar, una tórrida noche de enero en que María Alicia estaba de vacaciones en Chile. Otra en un teatro de la calle Corrientes, uno enorme, ¿Sería el Opera?, en que la bestia de Agri se tocó Nostalgias, solo, sin ningún otro músico ni ninguna amplificación.
La última vez que lo escuché fue un día de semana en el Consejo Deliberante de Buenos Aires. La Nación solía publicar una columna angosta y larga, en el lado izquierdo de la primera página de su sección de espectáculos, en que listaba los conciertos y actividades artísticas no demasiado publicitadas. Eran siempre muchas y buenas, privilegio de vivir en Buenos Aires. En una oportunidad, siguiendo lo indicado en esa sección como hice tantas veces, me fui después de la oficina al salón San Martín del Consejo Deliberante, especie de parlamento municipal porteño. Quienes conocen el edificio por dentro saben de su belleza y lujo. El salón San Martín es la apoteosis de todo eso. Pleno de boisserie y mármol, es la Argentina que no pudo ser. El salón estaba casi vacío, ocupado tan sólo por jubilados, albo predilecto de los espectáculos de tango gratis y que ocurren en un día de semana, una turista francesa y este servidor.
Antonio se quejó que pocos meses antes había tenido que levantar el espectáculo del Bauen por falta de gente. Se quejó también, aunque sin explicitar su descontento, de la poca gente que había esa tarde.
No se haga mala sangre, maestro, pensé para mi entretela. Recuerde que los últimos Conciertos del Mago en Buenos Aires antes del viaje final –porque lo del Mago no eran recitales ni presentaciones, eran Conciertos – no juntaron ni tres filas, aunque parezca mentira. La gente es así de ingrata. Al igual que Pugliese, se enojaba cuando se lo llamaba de maestro.
Salí del enorme edificio de Diagonal Roca y enfilé para la estación de tren de Retiro taconeando por Florida. Era la hora en que salen a trabajar los músicos de vereda, los cartoneros que hacen su vida con el desecho de las oficinas y los mendigos que recogen comida en los potes de residuos de los restaurantes que durante el mediodía alimentaron miles de empleados bancarios. Recuerdo que se perdía la luz, que un arpista tocaba Mi Buenos Aires Querido y que yo estaba contento. Claro, no sabía que ya no volvería a escuchar a Agri.
Quienes me conocen, saben que Antonio Agri va derecho a la lista de Los cronopios, nunca mueren, aquellos cuyas muertes nos han hecho desfallecer un poco. A integrar el corazón de la memoria que me durará siempre.
"Cuando se muere un grande", dijo Mempo Giardinelli al solicitarle un periodista una reflexión sobre la muerte de Onetti, "yo prefiero no hacer discursos fúnebres. Simplemente aconsejo que lo lean, es el mejor homenaje que puede hacérsele a un escritor". Por eso mientras escribo estas líneas escucho el dulce violín de Antonio Agri mezclarse con mi titubeante digitar sobre el teclado.
Presentimos que inevitablemente, pronto seguirán Salgán y Cadícamo. Sabemos que este mundo violento, devenido en antiestético y por momentos intolerable por influjo de la torpe y egoísta actividad humana, perderá con cada uno de ellos una cuota de la imprescindible dosis de belleza compensatoria de tanto horror. Se hará un poco menos vivible.

2 comentarios:

Alberto Ortiz dijo...

Muchas gracias

Alberto Ortiz dijo...

Hubiera entregado la juventud que tengo ahora por haber visto tocar a Agri.

Ya no lo puedo escucar en vivo, pero le confieso que soy uno de los admiradores y por usted me entero de su muerte, muchas gracias por compartir ese hermoso texto y por darme mas luces sobre el tema. Le agradezco a pesar del dolor que me genera saber que se ha ido un grna maestro

Saludos desde Colombia